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Pasion Leoparda: Recuerdos con el Atletico Bucaramanga

Jorge Rodriguez
abril 2, 2025

Ayer no era un dia cualquiera. Para muchos, será solo otro día de fútbol, pero para mí, tiene un significado especial, casi sagrado. Después de 27 años, regreso a la Copa Libertadores, aunque sea con la mirada, al lugar donde aprendí a amar este deporte, a soñar con cada pase y a gritar con el alma cada gol: el Estadio Américo Montanini, el mismo que por años llamamos con cariño Alfonso López.

Recuerdo claramente aquellos años noventeros, especialmente entre 1996 y 1998, cuando el estadio vibraba con los goles de Wilson “El Pájaro Carpintero” y Orlando Ballestero. En 1996-97 saboreamos la gloria al ganar el Torneo Adecuación frente a Deportes Quindío, aunque nunca fue oficialmente reconocido como título colombiano. Posteriormente, en la final definitiva de 1997, perdimos contra América de Cali, obteniendo así nuestro primer y único subtítulo oficial, que nos permitió clasificar a la histórica Copa Libertadores de América en 1998.

Después de aquella inolvidable participación en la Libertadores de 1998, llegaron años difíciles, marcados por altibajos constantes. En 2008 iniciamos una dolorosa etapa en la segunda división, que duró siete largos años hasta el anhelado ascenso en 2015. Durante esos años complicados, la euforia se vivía intensamente en cada partido contra nuestro eterno rival, el Cúcuta Deportivo, disputando con fervor el apasionante Clásico del Oriente Colombiano. Recuerdo perfectamente cómo compartía esa pasión junto a mi padre, tíos y primos, unidos siempre por nuestros colores.

Pero el momento máximo llegó en el primer semestre de 2024, cuando Atlético Bucaramanga se consagró campeón de liga ante Independiente Santa Fe. Ese día, aunque estaba lejos de casa, celebré en un bar acompañado de mi amigo Ferney. A pesar de ser hincha del América de Cali, Ferney compartió mi alegría y vio cómo contagié de emoción a todos en aquel lugar, viviendo cada jugada con intensidad y pasión.

Mientras tanto, en Bucaramanga, mi padre, mis tíos y mis primos celebraban eufóricos el triunfo en casa, abrazados por la alegría colectiva que invadía la ciudad. Y como si la distancia no existiera, vi en videollamada cómo, a pesar del aguacero que caía en Bogotá, mis tíos Roger y Carolina, junto a mis primos Natalia y Santiago, celebraban dando la vuelta olímpica en el mismísimo estadio El Campín, como si ese título también fuera nuestro.

También recuerdo con claridad y emoción el día en que el estadio cambió su nombre a Estadio Américo Montanini. Sentí una mezcla de nostalgia y alegría al rendir homenaje a un ídolo eterno, al gran maestro Américo Montanini, quien humildemente recorría las tribunas cada partido, con nobleza y disposición para regalar sonrisas y tomarse fotos con todos sus admiradores.

Hoy, casi tres décadas después, miro hacia el estadio con nostalgia, pero también con esperanza. La historia sigue su curso y ahora son otros los nombres que nos hacen soñar. Hoy alentamos los goles del Chino Sambueza, ese mago zurdo que hace bailar el balón, y de Frank Castañeda, quien encarna la garra y entrega en cada partido.

El estadio cambió su nombre, vio generaciones pasar y ha sido testigo de tristezas, ilusiones y momentos gloriosos. Sin embargo, algo permanece intacto: la pasión incansable en sus tribunas. Esa pasión que hoy, aunque esté lejos, sigue rugiendo dentro de mí tan fuerte como aquel primer día.

Porque hay cosas que ni la distancia puede cambiar. Porque la pasión de un Leopardo siempre sabe rugir.

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